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REFLEXIONES DE VERANO (II)

Hay palabras con historia, con mucha historia, por lo que su definición no es tan simple como mucha gente pretende, puesto que su largo recorrido las ha convertido en palabras huidizas de una definición cerrada y eterna. Una de ellas es "ideología". Cuando se hace una crítica (argumentada) de la/s ideología/s, algunos fieles suelen tener 3 tipos de reacciones típicas:

1)que estás contra su ideología,intentado buscar en los resquicios de tus palabras cuál es la tuya(a veces, supuestamente hasta te la "averiguan",y tú sin saberlo) 
2) que tu razonamiento es fruto de una especie de nihilismo o vacío existencial que por supuesto conduce a Nada.
3) que tu razonamiento es producto del "engaño postmodernista" de moda que te tiene sorbidos los sesos :P

En fin, sirva esto para aclarar el porqué de esa crítica (y quien no escuche es porque no tiene oídos :-) 

Los seres humanos han sido definidos por filósofos o antropólogos de muchas maneras. El ser humano, dicen, es un animal que habla, un animal que usa herramientas, un animal que sabe de su propia muerte, un animal que ríe, incluso el único animal que guisa. Pero indudablemente también es un animal que se justifica, que busca para sí y sus acciones justificación, sentido, un valor o una excusa que pueda esgrimir frente a los demás o ante sí mismo.

El problema del mundo no es la falta de ideales para desembarazarse del mal, de valores que nos indiquen el sentido de nuestros esfuerzos y luchas. Todo lo contrario. Precisamente son los ideales que anidan en las ideologías los responsables del espanto, de la brutalidad, del terror. No hay política de poder que no se apoye en un gran ideal para justificar sus horrores. Sociedades refinadas, las nuestras, han sido las que han llevado a cabo el exterminio sistemático en nombre de altos ideales y con el apoyo de una masa silenciosa cuando no cómplice. Sus impulsores han sido hombres normales seguros de sus ideales junto a un coro colectivo, también normales, que aspiraban a la realización de un bien. Entre las citas en apoyo de esta tesis se encuentran las palabras de Lukács, que reconoce que «el bolchevismo se basa en la hipótesis metafísica de que el bien puede surgir del mal», así como la necesidad de que el individuo sacrifique sus valores «en el altar de una idea superior, de una misión histórica universal».
Todos los ideales tienen un aire de familia, un parecido razonable, pues se entienden como absolutos, ciertos e indudables. El racismo fascista, el fundamentalismo cristiano e islámico, el terrorismo, el imperialismo, el nacionalismo, el neoconsevadurismo son diseccionados por el autor para poner el acento en el responsable del horror: las ideas y la fanatización de las mismas que han llevado al genocidio, la limpieza étnica y la barbarie. Esta alianza entre ideales y barbarie da lugar a la idea de que cualquier transgresión de la justicia está justificada mediante la defensa de un orden perfecto, presente o futuro. Y esta alianza entre el horror y los ideales no es más que el producto de la búsqueda de la coherencia legitimante y del miedo al vacío, a la inseguridad. La implacabilidad de la acción no proviene de la hipocresía, sino de la profundidad de la creencia, de la importancia del ideal combinado con el miedo. Dicho de otro modo: quien transgrede y es cruel pero logra conectarse con algo más alto (dios, la verdad, la religión, el bien incontrovertible de la comunidad, la emancipación humana, etc.) se apoya en algo. Y si ese algo es redondo, perfecto, armónico, indudable, deseable, entonces uno ya puede ser implacable.
Frente quienes han señalado a la modernidad como responsable del horror y la barbarie, el acento debería ponerse en los ideales: no es la técnica lo que empuja el proceso, sino las constelaciones ideológicas las que empujan (la máquina automatizada y burocratizada) para lograr sus fines.
Dogmáticos, fanáticos, optimistas salvajes, enloquecidos creyentes en un ideal que están dispuestos a destrozar el presente con tal de edificar la perfección incondicional del futuro. Tanto da, en este momento, que aspiren a implantar lo nuevo, lo completamente otro. O a regenerarnos de nuestras múltiples corrupciones y a buscar en el pasado una condición prístina que hemos de recuperar. O a limpiar nuestras impurezas. O a extender un bien perfecto que los imperfectos humanos se niegan a aceptar. Guiados por una fe ciega, realizando una misión que aplasta todo lo que se le opone, los militantes del exceso suponen que algo más alto está de su lado. Un dios centelleante, una ciencia exacta, una historia indefectible, un racismo científico, unas raíces ancestrales, una identidad indudable, la libertad de todos. En su nombre hay que hacer estallar todo. Hay que torturar y retorcer al mundo si se resiste. Están en juego nada menos que nuestros altos ideales: la salvación del alma, la misión histórica, la emancipación humana, la autenticidad perfecta, la democracia global.

Los grandes ideales políticos nos prometen sentido para nuestras vidas, justicia para el pueblo, un futuro feliz y perfecto.Lo que hacen por nosotros lo hemos pagado siempre extremadamente caro. Su supremacía durante los últimos siglos arroja un balance estremecedor: violencia, asesinatos en masa, guerras totales, terrorismo, limpiezas étnicas, campos de concentración, exterminios, genocidios.… Parece que la profundidad de la fe en los ideales es directamente proporcional a la crueldad y el horror que se utilizan para hacerlos realidad.
Cada uno de los grandes ideales son el centro de constelaciones ideológicas y movimientos muy diversos: nacionalistas, fascistas, racistas, fundamentalistas, terroristas islámicos, imperialistas ilustrados, cristianos milenaristas y providencialistas, neoconservadores. A pesar de las diferencias que existen entre ellos, algo les une: cómo creen lo que creen. Sus ideales son absolutos, ciertos e ineludibles. Guiados por una fe ciega, los militantes del exceso suponen que algo más alto está de su lado: un dios, una ciencia exacta, un racismo científico, unas raíces ancestrales, una identidad indudable, la libertad de todos.

Ante todo esto, ¿qué hacer? ¿qué postura tomar? Quizá una vuelta al realismo fundado (que no fundamentalizado) y una política de la sensatez podría ser una solución: rechazo de cualquier teología política; construcción de instituciones que hagan posible la coexistencia entre pluralidad de grupos, Estados, formas de vida, civilizaciones; elegir una política de sensatez que juzgue y actúe como tal; esfuerzo reflexivo y crítico; la política de la sensatez debe incorporar la perspectiva de lo cercano, de lo vivo, de las mujeres y hombres que pueblan la ciudad; la condición de esta política de sensatez, no da consuelo metafísico ni hay un gran proyecto global que lo cubra.
Esta política podría ser la vía para reducir el dolor, la crueldad y las injusticias. Y en este contexto importará lo pequeño, las reformas, las rebeldías locales, la solución a los pequeños problemas. Esto es, un mundo, si no plenamente justo, al menos, decente.

Leolo Lozone

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Author: admin
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1 comentario:

  1. Impresionante tu síntesis. Fácil y profunda. Digna de convertirse en tema principal de la asignatura de Educación a la Ciudadanía.
    Desdice del resto (o me gusta menos), la conclusión. No resuelve el "cómo".

    Los ejercicios de reflexión y crítica son incómodos de aplicar y son universalmente sustituidos por reducciones simplistas de algún modelo grupal, desde ahí, nacerán las adhesiones de distinta intensidad: De simpatizantes identificados hasta fanáticos dispuestos a todo.

    Esa tendencia, es atávica, predomina en el ser humano. No sé si es posible cambiarla solo con los deseos y esfuerzos de los que se dan cuenta de ello y que además están comprometidos con ello.

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